Negociante Español revela su experiencia en Cuba

 

Me llamo José Fernández González. No hay nada peculiar en mi nombre, en mis apellidos o en mis antecedentes familiares. Nací hace 56 años en España, mi país, y allí viví y trabajé honrada y exitosamente hasta que cometí un error romántico: hace un poco más de 20 años, en 1980, me enamoré de Cuba, de su revolución, de sus gentes amables y hospitalarias. Y como tenía un buen adiestramiento como empresario y como era una persona emprendedora, decidí poner mi experiencia y mi vida al servicio de esa isla fascinante y de una causa que entonces me pareció justa y hermosa. Alla arraigué, creé empresas de diversos tipos y me casé felizmente con una cubana, con la que tengo una hermosa niña.

 

 

Por último, hace pocos años, creé en la Marina Hemingway, una zona turística cercana a La Habana, un bar/restaurant/sala de fiestas, que pronto se convirtió en un centro de reuniones para todas aquellas personas con divisas. Es decir, para turistas, miembros de la nomenclatura, o cubanos que gozan del paradójico privilegio de tener familiares en el exilio. Ese lugar se llama La Tasca Española y su éxito fue mi perdición. Uno de los jerarcas de la economía cubana, el señor Abraham Maciques, se empeñó en quitármela, y mediante una simple resolución del Ministro de Comercio Exterior, previa una farsa judicial que no se sostendría en ningún tribunal de Occidente, fui despojado de mi negocio y convertido, arbitrariamente, en “enemigo del Pueblo”. Hoy estoy privado, sin apelación posible, de los bienes por los que trabajé denodada y honradamente durante mucho tiempo. La razón de este texto es muy sencilla de entender: no quiero que lo que yo he pasado le ocurra a otros inversionistas que de buena fe viajan a Cuba tras los cantos de sirena de una revolución cuya faz exterior nada tiene que ver con la sordidez real y profunda del sistema.

Aquí, van, pues, las razones por las que les aconsejo, incluso les ruego, que no acudan con sus dineros y sus conocimientos a apuntalar a el gobierno:

 

 

Primero: porque no hay la menor garantía jurídica. Ahí no existe un Estado de Derecho que proteja a los inversionistas ni a nadie. Se está siempre a merced de que un funcionario de alto rango decida la expropiación forzosa, y no hay forma humana de reclamar ante los tribunales. En Cuba lo que prevalece no es el derecho, sino la voluntad o el capricho de los que mandan. Lo mismo que les ocurrió a los propietarios al principio de la revolución les puede ocurrir, y les ocurre a los inversionistas  y empresarios de hoy.

 

 

Segundo: porque las transacciones y los negocios no se hacen en una atmósfera de empresarios reales, sino en un oscuro universo de policías y espías. Prácticamente todos los funcionarios que tratan con los inversionistas extranjeros son miembros del Ministerio del Interior y forman parte de la policía política, que es el organismo que controla hasta el último dólar que entra o sale del país. En Cuba no se habla con economistas, contadores o expertos en mercadeo: se habla con coroneles, tenientes coroneles o generales.

 

 

Tercero: esta atmósfera policíaca da lugar a la creación de un estado de terror del que no se pueden separar, aunque quieran, los inversionistas que van a la Isla. Primero los comprometen como víctimas, puesto que la secretaria o el chofer que les asignan son siempre informantes de la policía política, que mantienen un estricto control sobre ellos. Y luego estos inversionistas y empresarios extranjeros también acaban convirtiéndose en cómplices. Se les piden informes sobre otros empresarios y sobre otros extranjeros, se les pide que espíen para beneficio del gobierno cubano. Yo mismo tuve que hacerlo en diversas ocasiones si quería mantenerme en Cuba y si quería que la revolución no perdiera la confianza en mí.

 

 

Cuarto: incluso, por razones morales que desde hace muchos años me inquietaban, no se puede justificar el acudir a Cuba a ganar dinero participando de un régimen de esclavitud laboral absolutamente inhumano. Me explico: uno, como empresario, no contrata a los cubanos directamente, sino a través de una oficina del Ministerio del Interior llamada CUBALSE, a la que se le paga en dólares americanos por cada trabajador que nos suministran, mientras esta “corporación” -así le llaman en Cuba- les abona a los cubanos su salario en la inservible y devaluada moneda nacional. Yo le pagaba a CUBALSE US$ 330 por un empleado, y CUBALSE le pagaba a ese trabajador 200 pesos cubanos. Como quiera que el valor real del dólar en el mercado negro -que es donde único se pueden adquirir las mercancías básicas para subsistir- está a 120 x 1, mi empleado, en realidad, recibía menos de $2 al mes, mientras que la empresa que me lo alquilaba en régimen de esclavitud, percibía 300 veces esa cantidad.

 

Quinto: Este atropello, del que no puede evadirse el empresario extranjero, explica el odio profundo que sienten contra nosotros muchos de los trabajadores. Ellos saben que el empresario no es culpable de esta injusta regla, pero no pueden evitar vernos como parte de un sistema de explotación absolutamente arbitrario y cruel.

 

 

Sexto: Este mismo fenómeno también ocurre, en general, con todos los extranjeros que en Cuba, por el mero hecho de disponer de dólares, tienen acceso a todo aquello que los cubanos no pueden comprar con su trabajo:alimentos, clínicas en las que no faltan las medicinas, buena ropa, gasolina, o suministro de energía eléctrica en los hoteles.

 

En Cuba hay dos clases de ciudadanos: los que tienen dólares, como los tenía yo, con todos los privilegios que eso acarrea, y los que tienen pesos cubanos, que están, literalmente, muriéndose de hambre y de enfermedades por culpa de un régimen que se niega a cambiar un sistema absolutamente incapaz de generar un modo de vida digno para ese país.

 

 

Son muchas, en fin, las razones que aconsejan no ir a Cuba. Apelo, en primer lugar, al bolsillo de mis compatriotas: no vayan, porque lo van a perder todo y no podrán hacer nada para recuperarlo. Mi caso no es único. Antes que yo cayeron otros. Pero también quiero apelar a las razones éticas y morales:

 

quienes crean en la libertad, la democracia y la simple decencia, no pueden convertirse en cómplices de una dictadura siniestra que les exigirá toda clase de oscuras colaboraciones.

 

 

José Martí, a quien aprendí a querer y a respetar en ese país, alguna vez advirtió a los cubanos sobre los peligros del imperialismo yanqui, con una frase con la que me gustaría terminar: “Conozco al monstruo porque viví En sus entrañas”.

 

 

 

JOSÉ FERNÁNDEZ GONZÁLEZ. Empresario Español

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